viernes, 24 de octubre de 2008

SACRAMENTOS: EL BAUTISMO Y LA CONFIRMACIÓN

EL BAUTISMO NOS HACE HIJOS DE DIOS Y MIEMBROS DE LA IGLESIA


"Después de ochenta años de incredulidad, un anciano encontró la luz de la fe, se convirtió y recibió el bautismo. Dos años después cayó gravemente enfermo; todos se dieron cuenta de que le había llegado el momento de la muerte. Alguien le preguntó cuántos años tenía, y respondió: En verdad, sólo puedo contar con dos años de vida. Nadie encontraba explicación a esta respuesta, pero el anciano añadió: No es cosa difícil de entender, pues comencé a vivir al recibir el bautismo; mi vida anterior es como si no existiera".

Esta anécdota puede servirnos para introducir el estudio del bautismo, "sacramento de la fe", "puerta de los sacramentos" o puerta de ingreso a la Iglesia", como se le llama desde antiguo, y para que sepamos dar la importancia que tiene al hecho de estar bautizados.

1. Los sacramentos de la iniciación cristiana
Ya sabemos que los sacramentos de la iniciación cristiana son: el Bautismo, que es el inicio de la nueva vida en Cristo; la Confirmación, que da fortaleza y plenitud a esa vida, y la Eucaristía, que nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para unirnos a Él y transformarnos hasta identificarnos con Él.

2. El sentido del bautismo
Explica San Pablo que por el bautismo morimos al pecado y resucitamos a la vida nueva de la gracia (Rom 6,3-11). Esta realidad se entiende más fácilmente cuando el sacramento se administra por inmersión, que es entrar y salir del agua significando la muerte y resurrección del Señor.


En efecto, todos nacemos con el pecado heredado de nuestros primeros padres, y en consecuencia privados de la gracia; pero Cristo nos libró con su muerte y resurrección. Su muerte nos limpia del pecado y nos hace morir al pecado; su resurrección nos hace renacer y vivir la vida nueva de Cristo. El bautismo es el sacramento que aplica a cada bautizado los frutos de la Redención, para que muramos al pecado y resucitemos a la vida sobrenatural de la gracia.

3. Qué es el bautismoCuando Cristo envió a sus Apóstoles por todo el mundo, les dijo: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). "El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará" (Mc 16,16).

El bautismo es el sacramento instituido por Jesucristo, que nos hace discípulos suyos y nos regenera a la vida de la gracia, mediante la ablución con agua natural y la invocación de las tres Personas divinas. El bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos.

Materia: Es el agua natural. Forma: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Ministro: Ordinario: Todo sacerdote; Extraordinario: el diácono; Ocasional: cualquier persona que tenga uso de razón y la intención de hacer lo que Cristo mando. Sujeto: Todo ser humano vivo y no bautizado

4. Efectos del bautismo
a) Borra el pecado original. El bautismo perdona y destruye el pecado original con el que todos nacemos; cuando el que se bautiza es adulto, borra también los pecados personales así como la pena por ellos debida, y si el recién bautizado muriese, iría directamente al cielo.

b) Infunde la gracia santificante. Por el sacramento del bautismo Dios infunde en el alma la gracia santificante - que es una participación de la naturaleza divina -, junto con las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Con estos dones el alma se hace dócil y pronta a los impulsos del Espíritu Santo. Por la gracia, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo establecen su morada en el alma, que es templo del Espíritu Santo.

c) Confiere carácter sacramental. El otro efecto del bautismo es el carácter, cierta señal espiritual e indeleble, que explica que este sacramento sólo se pueda recibir una vez. El carácter bautismal configura a Cristo, da una participación de su sacerdocio, capacita para continuar en el mundo su misión como fieles discípulos suyos, y nos distingue de los infieles.

d) Incorpora a Jesucristo. Tanto la gracia como el carácter son efectos sobrenaturales del Bautismo, que nos unen a Cristo como se unen los miembros con la cabeza. Cristo es nuestra Cabeza y el carácter nos vincula a Él para siempre, mientras que la gracia nos hace miembros vivos.

e) Incorpora a la Iglesia. Por el bautismo nos convertimos en miembros de la Iglesia, con derecho a participar en la Sagrada Eucaristía y a recibir los demás sacramentos; sin estar bautizado no se puede recibir ningún otro sacramento. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, y el bautismo nos incorpora a Cristo, que es la Cabeza, y a su Cuerpo, que es la Iglesia.

5. Necesidad del bautismo
El bautismo es absolutamente necesario para salvarse, como declaró el Señor a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos". (Jn 3,5). Cuando no es posible recibir el sacramento del bautismo, se puede alcanzar la gracia para salvarse por el llamado bautismo de deseo -un acto de perfecto amor a Dios, o la contrición de los pecados con el voto explícito o implícito del sacramento- y por el bautismo de sangre o martirio, que es dar la vida por Cristo.

Puesto que nacen con naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, a los niños les es necesario también el bautismo. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de los niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios, si no se le administrase el bautismo poco después del nacimiento; así se entiende la necesidad de bautizar a los niños cuanto antes. Es el mayor regalo que se les puede hacer, ya que desde ese momento son "para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey" (Ritual del Bautismo).

En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.

6. Quiénes pueden administrar el bautismo
Normalmente, bautiza el párroco, u otro sacerdote o diácono con su permiso, pero en caso de necesidad puede hacerlo cualquiera. Dada la importancia y necesidad del bautismo, Dios ha dado todas las facilidades en la administración de este sacramento; y así, incluso un no bautizado (un protestante o un no cristiano o que no profese nuestra fe), con tal de que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia y lo realice correctamente, bautiza de verdad. La razón está en que siempre es Cristo quien bautiza, como observa San Agustín: "¿Bautiza Pedro? Cristo bautiza. ¿Bautiza Juan? Cristo bautiza. ¿Bautiza Judas? Cristo bautiza".

7. Modo de administrar el bautismoAl administrar el sacramento se derrama agua natural sobre la cabeza, que viene a ser la materia, diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", que viene a ser la forma. En la ceremonia del bautismo hay diversas partes, pero lo esencial es lo que hemos dicho: derramar el agua y, al mismo tiempo, pronunciar las palabras "Yo te bautizo...".

8. Obligaciones que impone el bautismo
Cuando el bautismo se administra a niños, responden por el neófito sus padres y padrinos; pero el cristiano adulto -conocedor de los efectos del sacramento en el alma- debe responder por sí mismo y firmemente dispuesto a vivir como bautizado. Esa respuesta se puede concretar en hacer actos de fe expresa (recitando el Credo), proponiendo guardar la ley de Jesucristo y de su Iglesia y renunciando para siempre al demonio y a sus obras, como se hace en la Vigilia Pascual al renovar las promesas del bautismo.


En la confirmación se recibe el Espíritu Santo
Si nos fijamos en los Apóstoles, antes y después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, se observan algunas diferencias importantes: antes tenían miedo y ahora predican la palabra de Dios con decisión; los que eran incultos e ignorantes, después hablan de los misterios de Dios y en lenguas extrañas. Este cambio tan sorprendente se produce porque en aquel día recibieron la plenitud del Espíritu Santo.

De manera semejante, los fieles reciben también la plenitud del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. Este tema puede servir para conocer mejor la naturaleza y los efectos del sacramento y, si no se ha recibido todavía, para prepararse con la ilusión de recibirlo cuanto antes.

1. Los Apóstoles recibieron la plenitud del Espíritu Santo en Pentecostés; nosotros, en la confirmación
Los Apóstoles ya habían recibido el Espíritu Santo antes de la ascensión del Señor a los cielos; en la tarde de la resurrección se les apareció Jesús en el Cenáculo y sopló sobre ellos, diciendo: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Pero en Pentecostés se llenaron del Espíritu Santo y de dones excepcionales (Hech 2,1-4).

También nosotros recibimos en el bautismo el Espíritu Santo junto con la gracia, pero el Señor ha instituido el sacramento de la confirmación, que es necesario para la plenitud de la gracia bautismal. La confirmación une más íntimamente a la Iglesia y enriquece con la fortaleza especial del Espíritu Santo; de forma que nos comprometemos mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe cristiana con nuestras palabras y obras, a mostrarnos ante los demás como verdaderos discípulos de Cristo.

2. Efectos del sacramento de la confirmación

De manera parecida a lo que sucedió a los Apóstoles en el día de Pentecostés, este sacramento produce en el alma estos frutos:

a) Aumenta la gracia. La vida de la gracia que se recibe por primera vez en el bautismo adquiere un nuevo resello con la confirmación: hay un crecimiento y profundización de la gracia bautismal.

b) Imprime carácter. La confirmación imprime una marca espiritual indeleble -el carácter-, para ser testigos de Jesucristo y colaboradores de su Reino; por eso, sólo se puede recibir una vez en la vida.

c) Fortalece la fe. La palabra confirmación significa fortalecimiento; con este sacramento nuestra fe en Jesucristo queda fortalecida.

d) Nos hace testigos de Cristo. La confirmación nos da fuerzas para defender la fe y defendernos de los enemigos exteriores de nuestra salvación: el demonio, el mal ejemplo e incluso de las persecuciones, abiertas o solapadas, que se desatan contra los cristianos. Nos da vigor para confesar con firmeza nuestra fe siendo testigos de Jesucristo, colaborando en la santificación del mundo y actuando como apóstoles allí donde vivimos y trabajamos.

3. Ministro, sujeto, materia y forma del sacramento de la confirmación
Ministro ordinario de este sacramento es el Obispo; extraordinario, el presbítero que goza de esta facultad por derecho común o por concesión peculiar de la autoridad competente; en peligro de muerte, el párroco o cualquier sacerdote.

El sujeto es toda persona bautizada que no lo ha recibido. Para recibirlo se debe estar en gracia de Dios, conocer los principales misterios de la fe y acercarse a él con reverencia y devoción.

La materia es la unción en la frente con el crisma (mezcla de aceite y bálsamo consagrado por el obispo), que se hace mientras se imponen las manos. La unción significa uno de los efectos del sacramento: robustecer la fe.

La forma la constituyen estas palabras que pronuncia el ministro: "N., recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo". Se responde: "Amén".

4. Estimar mucho la confirmación
Puesto que la confirmación hace del fiel cristiano un testigo de Jesucristo, desarrollando y perfeccionando las gracias recibidas en el bautismo, es preciso luchar por mantener los frutos del sacramento. Sólo así seremos fuertes para confesar con entereza la fe cristiana. Lo conseguiremos si acudimos con frecuencia a la Penitencia y a la Eucaristía.

De Ordinario, la vida cristiana se desarrolla en circunstancias corrientes y normales; sólo en circunstancias extraordinarias puede pedir el Señor el heroísmo del martirio, derramando la sangre por confesar la fe en Jesucristo. Sin embargo, pide a todos esforzarse en las pequeñas luchas de la vida diaria: buen trato con los padres y hermanos, trabajo bien hecho y ofrecido a Dios, ayuda generosa y desinteresada a los compañeros, fidelidad a la doctrina de Jesucristo y difusión de la fe con el ejemplo, la amistad y los buenos consejos.

5. Dones del Espíritu Santo
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:

Sabiduría: Nos da la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades de este mundo; nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios.

Ciencia: El hombre iluminado por el don de la ciencia, conoce el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Y no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.

Consejo: Este don actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. El cristiano ayudado con este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña

Piedad: Mediante éste don, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. El don de la piedad orienta y alimenta la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia ayuda y perdón. Además extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón.

Temor de Dios: Con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor a Dios, el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de permanecer y de crecer en la caridad.

Entendimiento: Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios, al mismo tiempo hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación.

Fortaleza: Es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios, en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Es decir, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: "Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Cor 12,10).

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