viernes, 24 de octubre de 2008

SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA



I. LA EUCARISTÍA, MISTERIO DE FE Y DE AMOR

Con el sacramento de la Eucaristía culmina la iniciación cristiana; en realidad culmina la entera vida sobrenatural -particular y comunitaria o de la Iglesia como tal-, porque es el "sacramento de los sacramentos", el más importante de todos, ya que contiene la gracia de Dios -como los otros sacramentos- y al autor de la gracia, Jesucristo Nuestro Señor. Lo sabemos, no por los sentidos, sino por la fe, que se apoya en el testimonio de Dios: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes; haced esto en memoria mía" (Lc 22,19). Son las palabras de Jesús a los Apóstoles en la Última Cena al dejarles la Eucaristía como regalo de su poder y amor infinitos. Nosotros lo creemos firmemente, como los Apóstoles que estaban presentes en aquel momento.


El Concilio Vaticano II exhorta a la piedad y recogimiento cada vez más claro con la Eucaristía, cuando enseña que es "fuente y cumbre de toda vida cristiana" y que "participando del sacrificio eucarístico" los fieles "ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella" (Lumen Gentium 11).

1. La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia; para destacarlo el Concilio Vaticano II se sirve de esa frase -que no es enfática sino justa- diciendo que ahí está la "fuente y cumbre de toda la vida cristiana". Como dice también que "la Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo". Esa es la razón de que "los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan" (Presbyterorum ordinis, 5).

Materia: Pan de trigo sin levadura (ácimo) y vino de vid, como lo hizo Cristo (Mt. 26,7).
Forma: Las palabras que Cristo pronunció: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. (Mt 2, 7).
Ministro: Ordinario para realizar el Sacramento: Todo Sacerdote, según dijo Cristo a sus Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19-20). a) Ministro Ordinario para distribuirlo: Todo sacerdote y todo diacono. b) Ministro Extraordinario para distribuirlo: El varón que haya recibido Acolitado. c) Ministro Ocasional para distribuirlo: Cuando No hay ministro ordinario y hay necesidad, un laico digno hombre o mujer.
Sujeto: Todo ser humano bautizado adulto, en uso de razón y limpio de pecado mortal, según las palabras de San Pablo: “Quien coma de este pan y beba de este cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y la Sangre del Señor… come y bebe su propia condenación”. (1Cor 11, 27-29)

2. Los diversos nombres de este sacramentoLa riqueza inagotable de la Eucaristía se expresa mediante los distintos nombres que recibe. Cada uno evoca algún aspecto de su contenido o circunstancia del momento de la institución. Se le llama:


Eucaristía, que significa acción de gracias a Dios; Banquete del Señor, porque Cristo lo instituyó el Jueves Santo en la última Cena; Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo recibiendo su Cuerpo y su Sangre; Santa Misa, porque cuando se despide a los fieles al terminar la liturgia eucarística, se les envía ("missio") para que cumplan la voluntad de Dios en su vida ordinaria.

3. La Institución de la Eucaristía
Jesucristo instituyó la Eucaristía el Jueves Santo en la última Cena. Ya había anunciado a los discípulos en Cafarnaún (Jn 6) que les daría a comer su Cuerpo y su Sangre, como también había ido preparando la fe de los suyos con argumentos indudables: el milagro de Caná -convirtió el agua en vino- y la multiplicación de los panes, que ponían de manifiesto el poder de Jesucristo. Así, al oír en la última Cena: Esto es mi cuerpo (Lc 22,19), tendrían la firme persuasión de que era como decía; igual que el agua se había convertido en vino por su palabra omnipotente y los panecillos crecieron hasta saciar a una gran multitud.


4. La Eucaristía, renovación incruenta del sacrificio de la cruz
Jesucristo ofreció a Dios Padre el sacrificio de su propia vida muriendo en la cruz. Fue un auténtico sacrificio con el que nos redimió de nuestros pecados, superando todas las ofensas que han hecho y podrán hacer los hombres, porque es de valor infinito.

Pero, aunque el valor del sacrificio de Cristo en la cruz fue infinito y único, el Señor quiso que se perpetuara -se hiciera presente- para aplicar los méritos de la redención; por eso, antes de morir, consagró el pan y el vino y ordenó a los Apóstoles: "Haced esto en memoria mía". De esta manera, los hizo sacerdotes del Nuevo Testamento para que, con su poder y en su persona, ofrecieran continuamente a Dios el sacrificio visible de la Iglesia. Jesucristo instituyó la Misa no para perpetuar la Cena, sino el sacrificio de la cruz. Así, la Misa renueva incruentamente el sacrificio mismo del Calvario; y la Eucaristía es igualmente sacrificio de la Iglesia, pues, siendo la Iglesia Cuerpo de Cristo, participa de la ofrenda de su Cabeza.

5. El sacrificio de la Misa y el de la cruz son esencialmente uno y el mismo
Entre la Misa y el sacrificio de la cruz hay identidad esencial y diferencias accidentales:

- El Sacerdote es el mismo: Cristo, que en el Calvario se ofreció Él solo, mientras que en la Misa lo hace por medio del sacerdote.
- La Víctima es la misma: Cristo, que en el sacrificio de la cruz se inmoló de manera cruenta, mientras que en la Misa lo hace de modo incruento. La presencia de Cristo bajo las especies consagradas del pan y del vino, que contienen por separado su Cuerpo y su Sangre como especies distintas, manifiestan místicamente la separación del Cuerpo y de la Sangre ocurrida en la cruz.
- En la cruz, Cristo nos rescató del pecado y ganó para nosotros los méritos de la salvación; en la Misa, se nos aplican los méritos que Jesucristo ganó entonces.

6. Los fines de la Santa Misa
Los fines de la Santa Misa son cuatro: 1) adorar a Dios, 2) darle gracias, 3) pedirle beneficios y 4) satisfacer por nuestros pecados. Podemos unir todo nuestro día a la Santa Misa, y vivir a lo largo de él con esos mismos sentimientos que tuvo Cristo en la cruz.


II. JESÚS ESTÁ REALMENTE PRESENTE EN LA EUCARISTÍA
Sabemos que Cristo murió, resucitó y subió al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre e intercede por nosotros. Pero está presente también en su Iglesia de muchas maneras: en su Palabra, en la oración, en los pobres, en los enfermos, en los sacramentos...; y está presente sobre todo bajo las especies sacramentales de pan y vino, que contienen el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, como enseña la fe.

Este misterio se entiende mejor con el corazón, porque es fruto del Amor del Señor hacia nosotros. Se tenía que ir, pero quería quedarse, y lo que para los hombres es imposible, lo pudo hacer Dios: el Señor se quedó realmente presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En la Eucaristía se contiene el verdadero Cuerpo de Jesucristo, el mismo que nació de la Virgen y que está sentado a la diestra de Dios Padre. Desde el principio, los cristianos creyeron en esta verdad.

1. En la Eucaristía está el mismo Jesucristo
Aunque la fe de la Iglesia ha sido siempre la misma, la doctrina se ha ido desarrollando y el Concilio de Trento puntualiza que en la Santísima Eucaristía están contenidos verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Es lo que se conoce como presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Se llama "real" no a título exclusivo, como si las otras presencias no fueran reales, sino por excelencia, porque es sustancial y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente, como explica Pablo VI. Esa luz que ardía día y noche junto al Sagrario nos recuerda que Jesús está allí realmente presente.

2. La transusbtanciación
Ante la realidad sobrenatural del misterio eucarístico -la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino- es inevitable la pregunta: ¿Qué ha sucedido? Porque antes era pan y era vino, y cuando el sacerdote dice: "Esto es mi Cuerpo", "Este es el cáliz de mi sangre, aquello es el Cuerpo y Sangre de Cristo. Es lo que nos dice la fe, y la palabra de Dios no puede fallar. Efectivamente, por el poder divino otorgado al sacerdote se ha producido un cambio, una conversión -y conversión de sustancias, porque las apariencias externas no han cambiado-, razón por la que, lo que era sustancia de pan se ha convertido en la sustancia de Cristo, en el Cuerpo de Cristo.

Esa admirable y singular conversión es lo que se conoce con el nombre de transubstanciación o cambio de sustancia. Es un misterio excepcional que la razón humana no alcanza a comprender, pero Dios puede hacerlo por medio de su ministro, el sacerdote.

3. Jesucristo está realmente presente en las formas consagradas y en cada una de sus partes
Cuando el sacerdote consagra muchas formas creemos que Jesucristo está realmente presente en todas y cada una de ellas. También creemos que, si una forma se parte en diversos trozos, Jesucristo está todo entero en cada uno de ellos. Por eso el sacerdote recoge cuidadosamente las partículas de las hostias consagradas, aunque sean muy pequeñas, como se indica en la Ordenación general del Misal romano. El Señor se ha quedado por Amor, y con amor hemos de tratarle.

4. Los cristianos deben manifestar la fe y amor hacia la Eucaristía
La creencia en estas verdades de nuestra fe ha llevado a la Iglesia a rendir culto de adoración al Santísimo Sacramento. Este culto a la Sagrada Eucaristía lo ha vivido siempre el pueblo cristiano con muchas devociones eucarísticas:

El Jueves Santo, en que celebramos la institución de la Eucaristía y especialmente el sacrificio de la Misa.

La fiesta del Corpus Christi, que celebra la presencia real de Jesucristo, y el Santísimo es llevado en solemne procesión por las calles de la ciudad.

La exposición y bendición con el Santísimo, pasando un rato con el Señor sacramentado en intimidad de adoración y sincero agradecimiento.

Las visitas al Sagrario, por parte de los fieles para acompañarle y entretenerle.

Y tantas oraciones que alimentan la piedad eucarística: comuniones espirituales, Adoro Te devote, oraciones para antes y después de comulgar, etc. Guiados por la fe, es un detalle de nobleza humana ofrecer a Jesús en el Sagrario cosas dignas: que el Sagrario sea de lo mejor, cuidar los vasos sagrados, esmerarse en la limpieza; pero sobre todo el respeto y la adoración: la genuflexión bien hecha delante del Sagrario, acudir con frecuencia a visitarle -al menos con el pensamiento y deseo-, actuar con fe al pasar por una Iglesia, etc.


III. EN LA SAGRADA COMUNIÓN SE RECIBE A JESUCRISTO
Los primeros cristianos encontraban la razón de su heroísmo en la Eucaristía. La Confirmación les daba aliento y fortaleza para defender su fe hasta el martirio. Tarsicio fue un niño que llevaba la Eucaristía a los que estaban encarcelados por causa de su fe. Cuando iba de camino se encontró con los compañeros de juego, que eran paganos. Le invitaron a jugar, pero no podía entretenerse porque llevaba al Señor. Sabían que era cristiano y, dándose cuenta de que escondía algo, le atacaron y golpearon violentamente, mientras él defendía el tesoro que le habían encomendado.

En ese momento pasó un soldado, que se llevó a Tarsicio para encarcelarlo. Aunque gravemente herido, dijo a los de la cárcel que les traía la Comunión. Así pudieron comulgar los que al día siguiente morirían mártires. Tarsicio también fue mártir de la Eucaristía.

Con este respeto y amor trataban la Eucaristía los primeros cristianos.

1. El sacrificio eucarístico y la comunión
El sacrificio eucarístico o santa Misa es -a la vez e inseparablemente- memorial sacrificial que perpetúa el sacrificio de la cruz ofrecido al Padre, y banquete sagrado de comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor; la celebración eucarística está también orientada a la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. Cristo, pues, se ofrece al Padre y se da a los hombres.

2. Jesucristo instituyó la Eucaristía como alimento de nuestras almas
Jesús prometió a los Apóstoles en Cafarnaún que daría a comer su carne para vida del mundo y prenda de vida eterna: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida: el que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6,54-56).

En la última Cena se cumplió la promesa y el Señor instituyó la Eucaristía: "Tomad y comed; esto es mi Cuerpo" (Mt 26,26). Es la afirmación clara de que el Cuerpo de Señor está en la Eucaristía realmente y se nos da como alimento.

3. Los frutos de la comunión
La comunión sustenta la vida espiritual de modo parecido a como el alimento material mantiene la vida del cuerpo. En concreto podemos señalar estos frutos de la comunión sacramental:

- Acrecienta la unión con Cristo, realmente presente en el sacramento.
- Aumenta la gracia y virtudes en quien comulga dignamente.
- Nos aparta del pecado: purifica de los pecados veniales, de las faltas y negligencias, porque enciende la caridad.
- Fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
- Cristo nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria futura.

4. Disposiciones para comulgar bien: Las disposiciones para recibir dignamente a Cristo son:

a) Estar en gracia de Dios, es decir, limpios de pecado mortal. Nadie puede acercarse a comulgar, por muy arrepentido que le parezca estar, si antes no ha confesado los pecados mortales. El pecado venial no impide la comunión, pero es lógico que tengamos deseos de recibir a Jesús con el alma muy limpia; de ahí que la Iglesia aconseja confesarse con frecuencia, aunque no tengamos pecados mortales. Si alguien se acercara a comulgar en pecado mortal, cometería un sacrilegio.

b) Guardar el ayuno eucarístico, que supone no haber comido ni tomado bebidas desde una hora antes de comulgar; el agua no rompe el ayuno y tampoco las medicinas. Los ancianos y enfermos -y los que los cuidan- pueden comulgar aunque no haya pasado la hora después de tomar algo.

c) Saber a quién se recibe. Puesto que se recibe al mismo Cristo en este sacramento, no podemos acercarnos a comulgar desconsideradamente o por mera rutina, o para que nos vean. Hemos de hacerlo para corresponder al deseo de Jesús y para hallar en la comunión un remedio a nuestra flaqueza.

Hasta en la compostura externa debe manifestarse la piedad y el respeto con que nos acercamos a recibir al Señor. Se comulga de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Jerarquía de la Iglesia y pida la devoción de cada uno.


5. La acción de gracias de la comunión
Jesús se ha quedado en la Eucaristía por amor hacia nosotros. La mejor manera de recibirle será realizar una buena preparación antes de comulgar y, conscientes del don recibido, dar gracias no sólo en el momento de la comunión sino a lo largo del día. Después de comulgar quedarnos en la iglesia u oratorio dando gracias, al menos unos minutos.

6. Obligación de comulgar y necesidad de la comunión frecuente
Comulgar realmente no es necesario para salvarse; si un niño recién bautizado muere, se salva. Pero Jesucristo dijo: "Si no comen de la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes" (Jn 6,53). En correspondencia con estas palabras, la Iglesia ordena en el tercer mandamiento que, al menos una vez al año y por Pascua de Resurrección, todo cristiano con uso de razón debe recibir la Eucaristía. También hay obligación de comulgar cuando se está en peligro de muerte; en este caso la comunión se recibe a modo de "Viático", que significa preparación para el "viaje" de la vida eterna.

Esto es lo mínimo, y el precepto debe ser bien entendido; de ahí que la Iglesia exhorte a recibir al Señor con frecuencia, incluso diariamente. Si algún día no podemos comulgar, es bueno hacer una comunión espiritual, expresando el deseo que tenemos de recibir al Señor sacramentalmente.

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