viernes, 24 de octubre de 2008

SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN


EN LA CONFESIÓN, JESÚS PERDONA POR MEDIO DEL SACERDOTE

Una de las páginas más conmovedoras del Evangelio es la parábola del hijo pródigo, que retrata la conducta de un hijo ingrato con su padre. Eran dos hermanos y el menor decide abandonar la casa; después de pedir su parte de la herencia, se marchó a un país lejano donde derrochó todo llevando mala vida. Entonces tuvo que ponerse a cuidar cerdos para poder vivir, hasta que un día sintió vergüenza de su situación y decidió volver a casa para pedir perdón a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18). El padre, que lo esperaba, cuando lo vio venir salió a su encuentro, se le echó al cuello y lo besó. Y fue tanta su alegría que mandó a los criados que preparasen un banquete y una gran fiesta para celebrar el retorno del hijo pequeño.




Esta parábola nos puede ayudar a entender el sacramento de la Penitencia, que es el sacramento de la misericordia de Dios.

1. Los sacramentos de curaciónHemos estudiado los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que otorgan la vida nueva en Cristo. Pero, a pesar de tanta gracia, el hombre es débil, puede pecar y arrastra las miserias del pecado.

Cristo quiso que en la Iglesia hubiese un remedio para esas necesidades, y lo encontramos en los sacramentos de la Penitencia y de la Unción de enfermos, llamados sacramentos de curación porque curan la debilidad y perdonan los pecados.

2. Para salvarse, hay que arrepentirse de los pecados
No hay salvación posible sin el arrepentimiento de los pecados, que es completamente necesario para aquel que ha ofendido a Dios. Así lo dice Jesucristo: "Si no hacen penitencia, todos igualmente perecerán" (Lc 13,3).

Antes de venir Jesucristo, los hombres no tenían seguridad de haber obtenido perdón de sus pecados. La seguridad nos la trajo Él, que podía decir: "Tus pecados te son perdonados" (Mt 9,2).

3. La institución del sacramento de la Penitencia para perdonar los pecadosEn la tarde del Domingo de Resurrección, Jesucristo instituyó el sacramento de la Penitencia, al decir a sus discípulos: "Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengan, les son retenidos" (Jn 20,22-23). Instituyó este sacramento a manera de juicio, pero juicio de misericordia, para que los Apóstoles y legítimos sucesores pudiesen perdonar los pecados.

"¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! -Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona.


Este sacramento se denomina también de la conversión, de la reconciliación, o confesión.

Materia: El arrepentimiento y propósito del penitente.

Forma: Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Ministro: Todo sacerdote.

Sujeto: Todo ser humano, bautizado, que haya cometido algún pecado.


4. Jesucristo mismo, por el sacerdote, es quien perdona.
Sólo los sacerdotes -con potestad de orden y facultad de ejercerla- pueden perdonar los pecados, pues Jesucristo dio poder sólo a ellos. No se obtiene el perdón, por tanto, diciendo los pecados a un amigo, o directamente a Dios. Además, en el momento de la absolución es Cristo mismo quien absuelve y perdona los pecados por medio del sacerdote, ya que el pecado es ofensa a Dios y sólo Dios puede perdonarlo. El sacerdote debe guardar -bajo obligación gravísima- el sigilo sacramental.

5. Efectos de este sacramento
Los efectos de este sacramento son realmente maravillosos:
* la reconciliación con Dios, perdonando el pecado para recuperar la gracia santificante.
* la reconciliación con la Iglesia;
* la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales y de las penas temporales -al menos en parte- según las disposiciones;
* la paz y la serenidad de la conciencia con un profundo consuelo del espíritu;
* los auxilios espirituales para el combate cristiano, evitando las recaídas en el pecado.

6. Necesidad de la Penitencia
El sacramento de la Penitencia es completamente necesario para aquellos que después del bautismo han cometido un pecado mortal. La Iglesia enseña que hay obligación de confesar los pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar.


Pero una cosa es la obligación y otra muy distinta lo que conviene hacer si se quiere que aumente nuestro amor a Dios. Tampoco hay obligación de besar a la madre, ni de saludar a los amigos, ni de correr todos los días..., pero cualquier persona normal lo hace. Si queremos progresar en el amor de Dios, debemos confesarnos a menudo y confesarnos bien.

7. Conveniencia de la confesión frecuente
La Iglesia recomienda vivamente la práctica de la confesión frecuente, no sólo de los pecados mortales -que deben confesarse en seguida- sino también los pecados veniales. De esta manera, se aumenta el propio conocimiento; se crece en humildad; se desarraigan las malas costumbres; se hace frente a la tibieza y pereza espiritual; se purifica y forma la conciencia; nos ayudan en nuestra vida interior, y aumenta la gracia en virtud del sacramento. Para crecer en el amor a Dios es muy conveniente tener en mucha estima la confesión: confesarse a menudo y bien.

8. Condiciones para una buena confesiónPara hacer una buena confesión son necesarias cinco cosas: Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Hay que confesarse procurando vivir bien estas disposiciones, sin caer en la rutina, ya que cada confesión es un encuentro personal con Jesucristo.

1. Examen de conciencia
Es preciso recordar -para acusarse después- los pecados mortales cometidos desde la última confesión bien hecha. En ese examen hay que considerar detenidamente los mandamientos de la Ley de Dios, los de la Iglesia y las obligaciones del propio estado. Si se descubren pecados mortales cometidos desde la última confesión válida, hay que saber la clase de pecado, las circunstancias que cambian su especie y -dentro de lo posible- el número de veces o al menos una media aproximada. Conviene ver también los pecados veniales.

Normalmente, el examen debe ser breve, lo que no quiere decir "superficial". Si se confiesa uno con frecuencia será más fácil hacerlo, como es más fácil confesarse bien cuando uno se examina habitualmente.

2. Dolor de los pecados
El dolor puede ser de atrición (por el castigo o por la fealdad del pecado) o de contrición (por haber ofendido a Dios, siendo quien es).

El dolor de contrición o dolor perfecto, fruto de una ardiente caridad hacia Dios ofendido, cuando existe la imposibilidad de confesarse, reconcilia al hombre con Dios antes de que de hecho se reciba el sacramento de la Penitencia. Sin embargo, este dolor no impede la confesión oral de los pecados, sino que presupone su deseo y a ella se ordena por naturaleza.

Sería contradictorio un perfecto dolor de los pecados unido al rechazo del precepto divino de confesarlos al sacerdote. La efectiva confesión de los pecados es necesaria porque nadie puede estar absolutamente seguro de que su contrición es perfecta. Por eso, para acercarse a comulgar, si se tiene conciencia de pecado mortal, salvo casos raros y especiales, hay que confesarse antes. No hacerlo así, y acercarse sólo con un supuesto acto de contrición, sería un desprecio a Cristo, ya que pondría en ocasión de recibirlo sin las disposiciones necesarias, puesto que nadie puede estar seguro de la suficiencia de su dolor.

El dolor de atrición o dolor imperfecto de suyo no perdona el pecado, pero es suficiente para recibir el sacramento de la Penitencia.

3. Propósito de la enmienda
Consiste en la determinación de no volver a pecar, como se lo indicó Jesús a la mujer pecadora: "Anda, y no peques más" (Jn 8,11). Aunque no sea posible tener certeza de que no se ofenderá más a Dios, hay que estar dispuesto a poner los medios para no volver a hacerlo. Esto lleva a quitar las ocasiones próximas y voluntarias de pecado: malas amistades, lecturas, conversaciones, diversiones inadecuadas, etc.; poner los medios sobrenaturales y humanos para fortalecer la voluntad y no volver a pecar.

4. Confesión o acusación de los pecadosPara hacer una buena confesión es necesario decir todos los pecados al confesor; la confesión es a modo de juicio y ningún juez puede juzgar ni poner la penitencia adecuada si no conoce la causa del reo. Hay que confesar todos los pecados mortales según su número y circunstancias importantes; por ejemplo, las que cambian la especie del pecado, que hacen que en un solo acto se cometan dos o más pecados específicamente distintos, como sería el robo con violencia.

Se cometería un sacrilegio y la confesión sería inválida si se callara un pecado mortal a sabiendas; si se olvida algún pecado y uno se da cuenta después, queda perdonado ese pecado pero hay obligación de decirlo en la próxima confesión; mientras tanto se puede comulgar. Aunque no es necesario es muy conveniente confesar también los pecados veniales.

5. Cumplir la penitencia
La penitencia impuesta por el confesor es para satisfacer la deuda debida a Dios por el pecado. Es muy bueno que, además de cumplirla en seguida, el penitente procure libremente hacer por su cuenta otras obras que le ayuden a sentir y reparar el pecado. Si teniendo intención de cumplir la penitencia, luego no se cumple, la confesión es válida, aunque este incumplimiento puede ser grave o leve según los casos.

9. Normas prácticas sobre el modo de confesarse

a) Antes de la confesión. Es bueno rezar alguna oración preparatoria, por ejemplo: "Ven, Espíritu Santo, ilumíname para que pueda conocer mis pecados. Ayúdame para que tenga verdadero dolor, los confiese con sinceridad y me enmiende seriamente. Amén".

Después de hacer el examen de conciencia, se provoca el dolor de todos y cada uno de los pecados y se hace el firme propósito de luchar para no caer en esas faltas (propósito de la enmienda). Mientras se espera, hay que procurar el recogimiento interior hablando con el Señor o rezando algunas oraciones.

b) Durante la confesión. En el momento oportuno, el penitente se dirige al confesionario, se arrodilla, y saludo al sacerdote con el saludo habitual: "Ave María Purísima". El sacerdote nos acoge y nos invita a la confianza en Dios, diciendo, por ejemplo: "El Señor esté en tu corazón para que, arrepentido, confieses tus pecados". Después, y si el sacerdote lo cree oportuno, lee o recita de memoria algún texto de la Sagrada Escritura, en el que se manifieste la misericordia de Dios. Seguidamente, el penitente se acusa de los pecados; antes puede recitar una fórmula de confesión, por ejemplo: "Yo confieso". Se acusa de todos los pecados con brevedad, claridad y sinceridad. Al terminar se puede decir: "No recuerdo más". Luego se escucha con atención la recomendación del sacerdote y la penitencia que impone. Se hace un acto de contrición diciendo, por ejemplo: "Señor Jesús, Hijo de Dios ten piedad de este pecador". Mientras el sacerdote imparte la absolución, nos recogemos con piedad y agradecimiento, respondiendo cuando acaba: "Amén".

c) Después de la confesión. Lo mejor es cumplir la penitencia indicada cuanto antes, sin dejarla para más adelante. Al mismo tiempo se da gracias a Dios por su misericordia, se renuevan los propósitos de enmienda y se pide ayuda al Seños y a la Virgen para ponerlos en práctica.

10. La celebración del sacramento de la penitenciaAunque en casos realmente excepcionales hay otras formas de celebrar la penitencia, la confesión individual e íntegra de los pecados graves seguida de la absolución es el único camino ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

11. Las indulgencias
Fuera de la confesión, Jesús ha dado a su Iglesia poder para perdonar la pena temporal debida por los pecados, y lo hace por medio de las indulgencias. Así, pues, con las indulgencias se perdona la pena temporal que puede restar de pecados ya perdonados. Para ganarlas hay que estar en gracia de Dios y hacer lo que pide la Iglesia.

Se ganan indulgencias de muchas maneras: al ofrecer el trabajo o estudio, el rezar el Ángelus, el Rosario, el Vía Crucis, la comunión espiritual, una oración por el Papa, al usar una medalla o un crucifijo bendecido, etc.

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